Un regalo inesperado pero largamente acariciado es, para Fidel, el hecho de tener a Venezuela bajo su protección. Le llegó un poco tarde, en el ocaso de su vida, pero sin tener que derramar, hoy, ni una gota de sangre de sus incondicionales siervos, a los que ha subyugado por más de 50 años. En bandeja de plata le fue entregada la patria, como un obsequio de su más ferviente y rendido admirador, erigido por cuenta propia en el presidente de su club de fans en la tierra y sus adyacencias.
Fidel siempre quiso ponerle sus garras a Venezuela. El petróleo, ese líquido viscoso y negro, lo seducía. Quiso bañarse en ese aceite de roca que mana del subsuelo patrio. Su acre olor deleitaba su sentido del olfato, sin importar la distancia. Por más de 40 años lo intentó todo para apoderarse de esa fuente de energía, que mueve los hilos económicos en el mundo entero.